LOS DERECHOS DE DIOS
Sinopsis:
En esta obra, es mi deseo, reparar como ser humano que soy, y en nombre de todos los seres de buena voluntad, que quieran adherirse a reparar en algo, la tremenda injusticia que todos hemos cometido con nuestro Dios, Creador de todo cuanto existe, material y espiritualmente llevando la luz en medio de las tinieblas a quienes desconociendo toda su magnificencia pretenden negar que sus leyes (Mandamientos) son para proporcionarnos la feliz convivencia entre los hombres. Y su incumplimiento nos conduce a esta realidad de confusión y muerte, que hoy nos ha tocado vivir.
PRÓLOGO
El libro de la Dra. Enelia Grajales resulta un interesante texto apologético de gran utilidad en la hora presente, hoy cuando toda la doctrina Católica parecería sufrir un creciente proceso de adulteración, nos recuerda verdades que la iglesia siempre enseñó; que Dios es Creador, que el hombre es criatura, que esa criatura fue redimida por un Dios hecho hombre fundador de una sola iglesia necesaria individual y socialmente como único medio de salud, que Dios tiene derechos y el hombre deberes.
Curiosamente esas fueron verdades que la modernidad tuvo que remover para construir sobre sus ruinas una civilización donde el "hombre fuera la medida de todas las cosas" sin ninguna referencia a Dios ni a su iglesia, desde luego que tal paradigma permeó todas las instituciones sociales y políticas generando el humanismo autoidolátrico de la actualidad convirtiendo al hombre como sujeto absoluto, autónomo e individual, relativista y agnóstico doctrina esta denominada indistintamente como naturalismo, liberalismo y positivismo.
Con razón se ha dicho que: "sus frutos han sido dolorosos, vivimos un proceso acelerado de autodestrucción que afecta a todos y a todo. La naturaleza herida, y el planeta tierra al borde del colapso ecológico, la vida familiar, social y política gravemente atormentada; en el campo moral y espiritual el imperio de toda suerte de antivalores. A nuestra generación, como aquella que padeció la caída de un imperio milenario y que entre lágrimas sembró la semilla de la civilización occidental, le corresponde afrontar la nueva barbarie que tiene su origen, no de una invasión procedente de otra civilización más fuerte, sino en la interna descomposición que dimana de la apostasía de los pueblos de occidente, otrora portaestandarte de la cruz".
Bajo el pretexto del progreso indefinido se hizo tabla rasa de todo orden objetivo desapareciendo cualquier distinción entre la verdad y el error, la virtud y el vicio, el bien y el mal, lo feo y lo bello, lo justo y lo injusto.
Resulta de la mayor actualidad recordar la carta que sobre los anteriores aspectos dirigiera Juan Donoso Cortés al cardenal Fornari: "Por lo dicho se ve que en el último análisis y en el último resultado todos los errores, en su variedad casi infinita, se resuelven en uno solo, el cual consiste en haber desconocido o falseado el orden jerárquico, inmutable de suyo, que Dios ha puesto en las cosas. Ese orden consiste en la superioridad jerárquica, de todo lo que es sobrenatural sobre todo lo que es natural, y, por consiguiente, en la superioridad jerárquica de la fe sobre la razón, de la gracia sobre el libre albedrío, de la Providencia Divina sobre la libertad humana y de la Iglesia sobre el estado; y para decirlo todo de una vez y en una frase, en la superioridad de Dios sobre el hombre. De la restauración de estos principios eternos del orden religioso, del político y del social depende exclusivamente la salvación de las sociedades humanas. Estos principios, empero, no pueden ser restaurados sino por quien los conocen, nadie los conoce sino la iglesia católica; su derecho de enseñar a todas las gentes que le viene de su fundador y maestro no se funda solo en ese origen Divino, sino que está justificado también por aquel principio de la recta razón, según el cual toca aprender al que ignora y enseñar al que no sabe".
Precisamente la importancia de este libro radica en recordar los principios perennes sobre los cuales se deberá restaurar la sociedad futura: "Omnia instaurare in Christo".
Alejandro Ordóñez
INTRODUCCIÓN
En este compendio de razones filosóficas apoyadas única y exclusivamente en la verdad, pretendo demostrar cómo -al ser nosotros criaturas humanas y al haber transgredido los Diez Mandamientos promulgados por Dios, Fuente Suprema de toda autoridad, como bien lo recordaba el Preámbulo de la Constitución de 1886-, nos hemos hecho acreedores a los castigos que hoy padece no sólo nuestra nación colombiana sino el mundo entero.
Dentro de un esquema sintético, pero muy explicativo, no solamente a la luz de mis conocimientos jurídicos sino de manera importante del conocimiento de los connotados Teólogos católicos consultados, he querido demostrar por qué la verdad se impone a la falsedad. Se intenta descorrer el velo que por mucho tiempo ha cubierto nuestro entendimiento, haciendo que la conciencia se torne cada vez más laxa; que todo nos sea permitido y, lo que es más aberrante y monstruoso, que en abierta rebeldía con nuestro Creador, seamos artífices de nuestra perdición habiendo contribuido también a la de los demás congéneres, al desconocer, culpablemente, el carácter sobrenatural que hace que el hombre criatura deba amor, alabanza, sometimiento, honor y reconocimiento a Dios, producto de una inmensa gratitud que nos es imposible desconocer y que hace que, al ofenderle, seamos reos de muerte eterna, con las graves implicaciones que este hecho conlleva al perder el "Bien Sumo" para el cual todos fuimos creados. Pretender ignorar el implacable juicio al que seremos sometidos es una manera de hundirnos irreflexivamente en el perenne castigo sin regreso, al negar el infierno mencionado más de seiscientas veces en la Sagrada Escritura: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo que el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena". (San Mateo 10, 28). "Si, pues, tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo lejos de ti, porque mejor es que perezca uno de tus miembros que no todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena". (San Mateo 18, 9).
Estas páginas han sido escritas con el deseo inmenso de agradar a Dios, en reconocimiento a sus innumerables beneficios para la humanidad y de llevar un poco de luz a nuestros semejantes abandonados del camino de la fe y de la verdad. Es urgente hacer de nuevo una Constitución inspirada por Dios, en concordancia con la Ley Eterna, fuente de todo derecho. Si nuestras leyes humanas no encuentran plena armonía con la Ley Divina de inmediato dejan de existir para convertirse en anarquía absoluta.
Respetemos primero "Los Derechos de Dios", conculcados por sus enemigos y, en seguida, obtendremos la tan anhelada paz. Volvamos nuevamente a Él, aunemos esfuerzos para defender la Santa Madre Iglesia Católica, fundada por Él para nuestra propia salvación, cumplamos sus Santos Mandamientos y sus Sagrados Sacramentos que fueron establecidos para todos los hombres de todas las épocas; pues Dios no cambia, es inmutable lo mismo que su palabra: "Quien no coma mi cuerpo ni beba mi sangre no tendrá parte en la vida eterna". (San Juan 6, 53-54), y sólo así, obtendremos la felicidad que pretendemos, pero que tan misteriosamente se escapa de nosotros. Al cometer injusticias con nuestro Creador, atraemos la maldición para todos los pueblos del mundo. En las grandes crisis se han encontrado las grandes soluciones; si confiamos en Él, como Padre amoroso, nos dará un mundo feliz, hogares ejemplares, gobiernos que cumplen las Santas Leyes de Dios, no serán tiranos ni opresores con sus gobernados; será más justa la ley, y todo volverá a ser maravilloso. Pero mientras subsista la rebeldía del hombre hacia Dios será vano todo esfuerzo tendiente a recobrar la concordia: "Hijo mío: no te olvides de mi Ley y guarda en tu corazón mis Mandamientos, porque ellos te colmarán de largos días, de años de vida y de perpetua paz". (Proverbios 3, 1-2). Si no lo hacemos, día a día iremos abriendo un abismo insondable en el cual, irremediablemente, nos precipitaremos todos.
Me duele que, en este mar de profundas negaciones y ultrajes a nuestro verdadero Dios, no se escuche una sola voz que haga cimbrar tantas conciencias inconscientes. Por ello, pido hacer un frente común de las almas de buena voluntad, políticos honestos, ciudadanos creyentes amantes del bien, a quienes ahoga esta gravísima crisis moral que nos envuelve, para oponernos de manera firme a quienes pretenden destruir lo más sagrado que tenemos: nuestra alma. Pues el jugar con la salvación eterna, nos hace perder el Bien Supremo. Es ahí, en el momento del juicio particular, cuando hubiéramos preferido no haber nacido; pero ya también es demasiado tarde para enmendar el haber rechazado las palabras de nuestro Señor Jesucristo: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el oro del mundo si pierde su alma"? (San Mateo 16, 26).
San Pablo dice: "La doctrina de la cruz de Cristo es necedad para los que se pierden, pero es poder de Dios para los que se salvan. Según está escrito". (Corintios 1, 18-19).
La autora