Querida hija, estáis viviendo unos momentos muy difíciles, pues todo se está acelerando a pasos gigantescos pero, esto también, os servirá para que pase pronto esta zozobra y, al fin, vais a presenciar todos estos acontecimientos y sabréis que todo cuanto os he dicho es verdadero, no te he ocultado nada de lo que debéis saber, porque todo esto es parte de la misión que os tengo encomendada para estos tiempos, los cuales has venido esperando que se sucediesen, he aquí, hija mía, que ya lo tenéis a vuestra vista, y por muy dolorosos que os parezcan existe una esperanza que no debéis perder, pues es el fin de todo esto que se sucederá pero luego saltaréis de gozo cuando os llegue vuestra liberación de todo esto que os ha tocado vivir pero que será de una trascendencia inmensa que muchos santos anhelaron haber vivido en estos tiempos en que se os dará la Nueva Jerusalén.

Estamos como, os hemos dicho, en el martirio de mi Iglesia como es que la exterminen pero que, como Yo, resucitará gloriosa como resucité Yo ante la sorpresa de mis enemigos ¡que me creyeron vencido! Así mismo será. De ahí el por qué vosotros, como cuerpo místico, debéis afrontar muchos la muerte por persecución pero que seréis llenos de una felicidad inmensa, hijos míos, pues se os acabará el sufrimiento, el dolor y tantos padecimientos y os sentiréis plenos de una dicha sin fin por haberme acompañado con amor y fidelidad en todo este proceso espiritual, pues vencedores en la batalla final siempre os he dicho que esta es una lucha de espíritus, del bien contra el mal, y quien me siga hasta el fin obtendrá la vida eterna reservada solo para los que nos aman.

Bueno, hija mía, os amo y os bendigo, tu Jesús.